Recientemente hemos subido una serie de fotografías en nuestras redes representando un legionario romano perteneciente al siglo IV d. n. e. acantonado en una domus de una ciudad y creemos conveniente desarrollarlo y hablar de dónde se alojaban los ejércitos bajoimperiales.
Índice
Contexto previo
Conocidos de sobra son los fuertes, tanto permanente como temporales, que las legiones romanas altoimperiales construyeron a lo largo de todo el territorio imperial. Sin embargo, a principios del siglo IV, Diocleciano culminó una serie de reformas militares que se habían ido gestando a lo largo del convulso siglo III. Entre dichas reformas, creó nuevas unidades con mayor movilidad y fortificó las ciudades del imperio.
Esta fortificación de ciudades se basó en una nueva táctica de defensa del imperio. Desde hacía casi un siglo había quedado demostrado que la frontera era demasiado amplia como para ser defendida de manera óptima mediante un sistema de fuertes y guarniciones.
Por ello se mantuvieron varias de estas guarniciones fronterizas con unidades que pasaron a denominarse limitanei, añadiéndose nuevas unidades, denominadas comitatenses, situadas territorio adentro con el fin de atajar rápidamente cualquier incursión que atravesase las defensas fronterizas.
Estas tropas comitatenses se acantonaban en las ciudades creando una estrategia por la cual se habilitaban una serie de guarniciones en ciudades amuralladas y puntos estratégicos a lo largo de un eje de suministros. Académicos como MacMullen (1976, 176) consideraban que este tipo de estrategia también se veía influenciada por un factor económico al situarse los ejércitos cerca de los puntos de producción o intercambio que ofrecían las ciudades.
No pongas los pies en la mesa
Por fortuna, contamos con numerosas fuentes que nos hablan de estos acantonamientos urbanos, de las problemáticas que creaban y, sin embargo, de algunos momentos de virtus entre soldados y civiles.
En el Código de Teodosio, un compendio de leyes, figuran aquellos oficios o lugares que quedaban exentos de alojar soldados como por ejemplo los armeros (7.8.8), sinagogas (13.4.4) o pintores (7.8.2), recayendo de tal forma toda la carga de alojamiento entre los propietarios y las posadas de la ciudad. Según este mismo código, los propietarios tenían por obligación ofrecer al soldado un tercio de la vivienda pudiendo el propietario escoger para sí el mejor tercio (7.8.5).
A lo largo de los siglos IV, V y VI las responsabilidades de los propietarios fueron cambiando habiendo momentos en los que tenían que pagar una suma diaria al soldado en concepto de mantenimiento o momento en los que tenían la obligación de facilitarles la cena. Todos estos factores favorecieron que la llegada del ejército fuera un hecho a evitar por las ciudades llegando incluso a pagar a los mandos militares para que no escogieran su ciudad como cuartel temporal.
Varios autores clásicos nos trasladan inquietantes anécdotas surgidas de la convivencia de soldados y civiles en las ciudades. El historiador Zósimo, gran detractor de Constantino, menciona que las ciudades casi sufren más con los soldados que con los invasores bárbaros (4.16.5).
Amiano Marcelino nos menciona que los ciudadanos de Antioquía se ven obligados a llevar a hombros a los soldados cuando estos regresan a sus casas (22.12.6). Ciertamente muchas de estas anécdotas están claramente exageradas y no necesariamente respondían a la realidad, pero son un claro ejemplo de muchas de las situaciones negativas que nacieron de estos acuartelamientos.
¿Te casas con mi hija?
Ahora bien, no todo son historias negativas, para nada. Son también las fuentes las que nos trasladan momentos en donde la virtud gana y soldados y civiles se unen para realizar grandes gestas o conviven en una gran armonía. Una inscripción encontrada en la antigua provincia de Arabia (Jordania) menciona como en el 334 un oficial ayudó a construir un depósito de agua para una comunidad viendo que muchos ciudadanos eran asesinados por bandidos cuando iban a recoger agua del río (L’Annèe epigraphique 1948,106). O un epitafio de finales del IV que se encontró en el Norte de Italia y explica cómo un anfitrión organizó el entierro de de un oficial que había vivido en su propiedad y al que había convertido en su heredero (Ancient Christian Latin Inscriptions 551) .
Conclusiones
En definitiva, como hemos podido ver, esta nueva estrategia ofreció al imperio nuevas herramientas para defenderse contra las invasiones, sin embargo creó tensiones entre las poblaciones locales y el ejército que no siempre se resolvían de una manera satisfactoria. El propio MacMullen considera que el paso de los cuarteles militares a las ciudades fue el inicio de la rotura del denominado espíritu de cuerpo de las legiones perdiendo la unidad moral que impulsaba a estas no tanto a defender el imperio sino defender y aupar su propia unidad.
Bibliografía
Fuentes primarias
- Amiano Marcelino, Historias I, Madrid, Gredos, 2010.
- The Theodian Code and Novels and the Sirmondian Constituions, C. Pharr (trad.), New York, Greenwood Press, 1969.
- Zósimo, Nuevas historia, Madrid, Gredos, 1992.
Fuentes secundarias
- MacMullen, R., 1963. Soldier and Civilian in the Roman Empire. Cambridge: Havard University Press.
- Southern, P. and Dixon, K., 2018. El ejército romano del Bajo Imperio. Madrid: Desperta Ferro.