Terremotos, sequías, inundaciones, incendios, erupciones volcánicas…
De vez en cuando las noticias nos muestran sucesos de esta índole que han sucedido en cualquier parte del mundo, ya sea al otro lado del globo, en una ciudad cercana… o incluso encima de nuestras cabezas (ave, Filomena).
Por supuesto, esto no es nuevo. Los desastres naturales han azotado a la humanidad desde siempre y en cada momento han tenido sus consecuencias o incluso se han utilizado políticamente, como veremos a continuación. Esto tampoco es nuevo.
El mundo romano también tuvo que enfrentarse a este tipo de fenómenos y, a lo largo de los siglos, los autores clásicos han dejado crónicas acerca de estos sucesos en los libros de historia. En ocasiones se trata de narraciones descriptivas sin más y otras veces se alude a un castigo de los dioses motivado por decisiones políticas equivocadas, una ruptura de la pax deorum.
Además, también contamos con otras fuentes como la epigrafía o la arqueología para conocer más acerca del impacto, los graves daños y la envergadura que estos sucesos tuvieron para la sociedad romana.
Aquí os contamos algunos de esos desastres naturales en la antigua Roma.


Índice
Desbordamientos del Tíber
El río Tíber se desbordó varias veces durante la Antigüedad, algo que se consideraba un mal augurio y una muestra de la ira de los dioses y que, por ello, siempre inquietó a los romanos más allá de por sus obvias consecuencias.
Orosio nos habla de uno de esos desbordamientos acontecidos en el 241 a.C., cuando unas lluvias torrenciales provocaron una crecida inusitada del Tíber que arrasó varios edificios que se encontraban cerca de la orilla.
Tácito también nos describe un desbordamiento del Tíber tan repentino que se llevó por delante el puente Sublicio, el más antiguo de Roma y considerado sagrado (Dionisio de Halicamaso (III, 45), y sorprendió a los romanos trabajando o incluso durmiendo, esta vez en el año 60 a.C.
Pero el peligro mayor, que trajo consigo no solo el miedo del ruinoso estado de cosas actual sino del futuro, fue el repentino desbordamiento del Tíber que, creciendo desmesuradamente su caudal, destruyó el puente Sublicio inundando todo al arrollar el obstáculo que se oponía a su furia, no solo las partes más bajas y llanas de la Ciudad, sino anegando incluso los lugares tenidos por más seguros en estos casos, arrastrando a mucha gente que se hallaba en lugares públicos y sorprendiendo a muchos en sus talleres y tabucos, e incluso en sus propios lechos. (Tácito, Historias, I, 86)
Pero los relatos acerca de estos desbordamientos no siempre se limitaron a una mera descripción de los hechos y sus efectos desastrosos. En ocasiones, los autores relacionaron este desastre con determinadas decisiones políticas, culpando a los responsables por haber alterado a los dioses.


Tenemos un ejemplo en Dión Casio, que habla así del momento en el que se desbordó el Tíber, coincidiendo con la formación del triunvirato de César, Craso y Pompeyo.
Pues súbitamente cayó sobre la ciudad toda y el conjunto del país tan gran temporal que de modo muchísimos árboles fueron derribados de raíz, muchas casas cayeron, las embarcaciones amarradas en el Tíber- ya anclasen junto a la ciudad, ya en la desembocadura- se hundieron, el puente de madera quedó destrozado, un teatro que había sido construido en madera con vistas a determinada concentración festiva se vino abajo, y en el curso de todo esto gran número de hombres pereció. Semejantes sucesos, por tanto, constituyeron una anticipada demostración, cual imagen de lo que les iba a sobrevenir en tierra y por mar. (Dión Casio, XXXVII, 57-58)
Años más tarde, el Tíber vuelve a desbordarse y Dión Casio lo achaca a la decisión de Aulo Gabinio de restaurar en el trono de Egipto a Ptolomeo XII Auletes a través de la mediación de Pompeyo. Está claro que Dión Casio no veía con buenos ojos al primer triunvirato.
En ese tiempo, el Tíber, ya fuera por la excesiva lluvia caída en algún lugar por encima de la ciudad, ya fuera porque algún viento impetuoso procedente del mar había taponado su desembocadura o, lo que es más probable, según se sospechaba, por iniciativa de algún dios, trajo de repente tal cantidad de agua que inundó las zonas bajas de la ciudad y llegó a muchas de las más altas. […] Los romanos, afligidos por estas calamidades, y esperando cosas aún peores porque la divinidad se había enfurecido contra ellos por haber restaurado en el trono a Ptolomeo, ardían en deseos de matar a Gabinio, aunque estaba ausente, como si fueran a sufrir menos males si se adelantaban a éstos dándole muerte. Tanta fue su insistencia que, a pesar de que no se encontró nada parecido en los Oráculos Sibilinos, el Senado dio un decreto, según el cual los magistrados y el pueblo le aplicarían el castigo más duro y cruel posible (Dión Casio, XXXIX, 61)
Adelantándonos un poco más en el tiempo y dejando atrás algún que otro desbordamiento llegamos hasta el año 15 d.C. en el que una fuerte tormenta provocó inundaciones que derrumbaron parte de la muralla.
De nuevo es Dión Casio quien alude a los malos presagios aunque, según cuenta, Tiberio optó por una explicación más práctica y puso como vigilantes del cauce a cinco senadores para que controlaran su volumen, negándose a consultar los Libros Sibilinos, según dice Tácito (Tac. Ann. 1, 76, 1).
Cuando el Tíber inundó gran parte de la ciudad convirtiéndola en navegable, algunos lo consideraron un presagio. Así también fueron considerados una serie de violentos terremotos, que hicieron que una parte de la muralla de la ciudad se derrumbara, y los numerosos rayos que provocaron que se derramara el vino de recipientes intactos. Pero Tiberio consideró que esto había sucedido por el gran número de manantiales que había y ordenó a cinco senadores, elegidos por sorteo, que establecieran una vigilancia permanente del río para que su caudal no fuera excesivo en invierno ni escaso en verano, sino que siempre, en la medida de lo posible, fluyera con un caudal estable. (Dión Casio, LVII)
El Tíber siguió sufriendo desbordamientos a lo largo de los años aunque se aprecian intentos de contener el caudal mediante obras públicas para evitar que este desastre se repitiera con tanta asiduidad.
Aún así, en el año 69 d.C. todavía encontramos un relato de Tácito en el que explica cómo un nuevo desbordamiento llegó a inundar el Campo de Marte y la Via Flaminia, lo que se interpretó como malos augurios ya que marcaban el camino hacia la guerra.
De hecho, Plinio el Joven cuenta en una epístola a Macrino que el Tíber volvió a inundar la ciudad una vez más a pesar de que el emperador Trajano había ordenado construir canales para controlar el caudal. Es más, el propio Plinio fue supervisor del Tíber antes de irse a Bitinia.
¿Acaso ahí el tiempo está tan desapacible y revuelto? Aquí las tormentas son continuas y las inundaciones frecuentes. El Tiber se ha desbordado y ha inundado en una amplia extensión las zonas más bajas de sus riberas. Aunque su caudal está siendo descargado por el canal que construyó nuestro emperador, siempre tan previsor, inunda los valles, cubre los campos, y en todas partes donde el terreno es llano, solo se ve agua en lugar del suelo. (Plinio Epis. VIII, 17)
Esta inundación del año 101 d.C. debió tener efectos tan catastróficos que encontramos una gran cantidad de evidencias epigráficas que la mencionan.
Pero, como decíamos al principio, la antigua Roma no solo sufrió las inundaciones del Tíber sino que sucedieron más desastres a lo largo de su historia y en otras partes del territorio romano.
Vamos a verlo.
Sequía en Egipto
La sequía fue otro de los grandes problemas a los que tuvo que enfrentarse el Imperio Romano ya que suponía un problema de escasez que afectaba seriamente a la población.
El año 99 d.C. trajo una fuerte sequía en Egipto motivada por un descenso abrupto del caudal del Nilo.
Egipto se secó con una imprevista sequía, hasta sufrir grave daño por la esterilidad; el Nilo, en efecto, salió perezoso de su cauce, con tal indecisión y languidez, que, aunque todavía era un río de los grandes, podía, sin embargo, compararse con ellos. En consecuencia, gran parte del territorio, acostumbrado a regarse por la inundación del río, ardía bajo una espesa capa de polvo. En vano deseó entonces Egipto las nubes y se puso a mirar suplicante para el cielo, cuando el mismo autor de su fecundidad, reducido y sin fuerza, impuso a la abundancia del país la misma mezquindad que a su avenida. Y el río aquél, sin límites cuando se desborda, no sólo se había parado y quedado sin alcanzar los montículos que siempre solía invadir, sino escurrido en rápida huida, no con un descenso lento y suave, de las laderas bajas en que pudiera detenerse, y agregó así a las tierras totalmente áridas otras insuficientemente bañadas (Plinio, Panegírico, 30, 2-4)
Nos lo cuenta Plinio el Joven en su Panegírico al emperador Trajano, quien acudió en auxilio de la población enviando grano a Egipto. Como consecuencia, podemos verle en relieves egipcios junto a Amón-Ra, responsable de las inundaciones del Nilo y Hapi, personificación de la crecida del río.


Un rayo sobre el Panteón
Corría el año 110 d.C. cuando el Panteón de Roma fue alcanzado por un rayo que provocó un incendio, tal nos cuenta de forma algo escueta Orosio (VII, 12, 5). En este momento, el Imperio se preparaba para invadir Partia y el hecho de que un rayo cayera sobre el lugar en el que se encontraban las efigies de Marte, Venus, César y Augusto fue considerado un mal presagio para la historia de Roma.
De hecho, en general este tipo de desastres en el mundo antiguo siempre se relacionaban con castigos de los dioses y malas premoniciones. Antes que este rayo cayera sobre el Panteón ya había caído otro sobre el Capitolio en el 65 d.C. y de nuevo en este lugar en el año 69 d.C., ambos con interpretaciones funestas para Roma.
Terremotos
Los terremotos y corrimientos de tierra han sido otra de las constantes en la antigua Roma sacudiendo literalmente varios puntos de su geografía. Si nos atenemos a los estudios geológicos de ese periodo de la historia antigua nos encontramos con que ha habido prácticamente una media de una treintena de seísmos y maremotos por siglo.
En el año 63 d.C., unos años antes de la terrible erupción del volcán Vesubio, un terremoto sacudió las ciudades de Pompeya y Herculano, el cual conocemos a través del relato de Séneca en el sexto libro de sus Naturales quaestiones, titulado De Terrae Motu (Relativo a los terremotos:
Pompeya, célebre ciudad de la Campania, rodeada por un lado por las playas de Sorrento y Stabia, y por otro por la de Herculano, entre las que el mar se abrió ameno golfo, quedó sepultada, como sabemos, por un terremoto que devastó todas las comarcas inmediatas, y esto, óptimo Lucilo, en invierno, estación exenta de estos peligros, según decían nuestros mayores. Este terremoto ocurrió el día de las nonas de febrero, siendo cónsules Régulo y Verginio. La Campania, que nunca había estado segura de estas catástrofes, aunque no había pagado al azote otro tributo que el del miedo, quedó ahora terriblemente asolada. Además de Pompeya, Herculano fue destruido en parte, y lo que queda de él no está muy seguro.
Entre los años 106 d.C. y 110 d.C. (no se conoce la cronología exacta), Orosio nos habla de un seísmo tan fuerte que destruyó cuatro ciudades de Asia (Elea, Mirrina, Pitane y Cime) y dos de Grecia (Opunte y Orite), pese a lo cual no fue tan intenso como podría haber sido.
En el año 115 d.C. hubo otro terremoto en Antioquia estando allí el emperador Trajano y su sucesor Adriano. Si bien el cónsul Marco Pedón Vergiliano murió a causa del terremoto, ellos lograron salvarse con algunas heridas menores y posteriormente ordenaron la reconstrucción de la ciudad. Trajano estableció una normativa para limitar las alturas de los edificios para evitar que se desplomaran si volvía a acontecer un suceso de tamaña magnitud.
Conocemos qué pasó en el terremoto gracias a Dión Casio (68, 24, I) quien realiza un extenso y detallado relato acerca de esta catástrofe. Hay que recordar que, debido a la presencia de Trajano en la ciudad, la población de ésta había aumentado por los militares y civiles que acompañaban al emperador.
Antioquía sufriría siete terremotos más entre mediados del siglo IV d.C y finales del siglo VI d.C.


Volviendo los ojos a la Península Ibérica nos encontramos con los dos terremotos que sacudieron Baelo Claudia, en Cádiz, en los años 40–60 d.C. y 260–290 d.C. El primero de ellos afectó a la parte baja de la ciudad y supuso la destrucción de dos terceras partes de la muralla que la rodeaba. Tras la reconstrucción, la ciudad vivió una importante evolución hasta que en el siglo III d.C. volvió a sufrir otro desastre.
Esta vez no solo tuvo repercusiones en la muralla sino también en el conjunto monumental de la ciudad. Las secuelas de este segundo terremoto se pueden apreciar en la actualidad ya que, en aquel momento, no se procedió a la reconstrucción de los elementos afectados por el terremoto, siendo abandonada la ciudad pocas décadas después.
El terremoto de Complutum
Finalizamos esta exposición de desastres naturales en la Antigua Roma con el terremoto ocurrido en Complutum. En el año 350 d.C. se produjo un terremoto en el asentamiento de La Magdalena, a 4 kilómetros del núcleo urbano de Complutum.
Seguramente este seísmo afectó también a la propia ciudad de Complutum en la que se han documentado en esa fecha incendios y cambios bruscos en las construcciones. Según el Instituto Geológico y Minero de España, la magnitud de este terremoto provocó volcanes de lodo y cráteres de los que estuvieron brotando agua y barro durante días.
Este terremoto ha sido considerado el motivo por el que se acabó abandonando la ciudad de Complutum aunque realmente hay una separación de varias décadas entre un suceso y otro. Lo que sí sucedió es el progresivo traslado de la población hacia la zona del Campo Laudable (actual Catedral Magistral), que pudo estar motivado no solo por evitar los efectos de un futuro terremoto sino también por el creciente culto a los Santos Niños.
No sabemos por qué los dioses decidieron castigar a Complutum con terremotos y aludes de barro y lodo durante días pero está claro que ese hecho afectó de forma definitiva a la historia de la ciudad, que desde entonces abandonó su localización para acomodarse en lo que después sería conocido como el Burgo de Santiuste, la Alcalá Medieval.
Bibliografía
- Arce, Javier; “Las catástrofes naturales y el fin del mundo antiguo”, CSIC, Madrid
- Montero, Santiago; “Prodigio y expiación en el Imperio de Trajano”, Trajano y la Adivinación. Gerión; Anejos IV. 2000. pp. 4194
- Rodríguez-Pascua, M. et al. “Evidencias arqueosismológicas de la destrucción de Complutum en el s. IV A.D. (Cuenca del Tajo, España”) . Resúmenes de la 2ª Reunión Ibérica sobre fallas activas y paleosismología. Lorca, 2014.
- VV.AA; “Los terremotos antiguos del conjunto arqueológico romano de Baelo Claudia (Cádiz, Sur de España): Quince años de investigación arqueosismológica” en Estudios geológicos, Vol. 72, Nº. 1, 2016